domingo, 21 de marzo de 2010

RELATO DE UN EX MARERO: Rehabilitado... pero siempre oculto

» En opinión de este ex pandillero, no es posible la rehabilitación en las cárceles. De hecho, los mareros entienden que es el lugar donde se "gradúan". Él decidió rehacer su vida al margen de las pandillas gracias a que lo internaron en un centro donde aprendió a amar un oficio: la carpintería

EL DIARIO DE HOY
21 DE MARZO DE 2010
Tomás es el nombre ficticio de un joven salvadoreño que perteneció a una de las pandillas y ha logrado rehacer su vida al margen de ellas. Lamentablemente, debido a la situación que se vive en el país, pese a poder ser un ejemplo para muchos jóvenes, ha de mantenerse en la clandestinidad.De hecho, tuvo que mudarse de la capital, donde había instalado su empresa, porque mataron a dos de los muchachos que trabajaban con él. Y no ha sido la única ocasión en que debió huir. Tomás trata de corresponder a la suerte que tuvo incorporando a su empresa a jóvenes ex pandilleros o en peligro de pasar a integrar alguna de las pandillas. "Si te ayudaron, vos, naturalmente, estás ayudando", explica.
Su historia comienza como la de muchos jóvenes que ahora están muertos o en prisión. Nació hace 30 años en una comunidad marginal de la capital. "Soy de donde asusta", dice él. En aquel entonces, la guerra estaba en sus inicios y todavía no había pandillas. "Las balas eran de los guerrilleros y de los soldados", comenta.
Los pandilleros aparecieron en su barrio cuando él tenía 12 ó 13 años. "Llegaron como cuando lo hicieron los españoles a ver a los inditos, hablando de EE.UU., de la pandilla, de cómo se habla. Agarraban a un niño y causaban admiración", recuerda el ahora empresario.
En su opinión, la pandilla en aquel entonces era algo distinto de lo que es ahora. "En realidad era muy bonito, honestamente, porque había una hermandad, algo que se vivía. Si tenías un problema no era tuyo, era de todos. Nos sentíamos muy fuertes y había unas reglas claras". Estas reglas, según Tomás, consistían en respetar y cuidar a la gente de la colonia, en especial a los ancianos.
A su entender, ha habido una evolución de estas reglas. Pasaron de pegarse con piedras y garrotes a que las armas de fuego comenzasen a ser algo habitual. "Armas siempre han habido, pero ahora es por ley que tienes que matar para sobrevivir", sentencia.
Tomás entró en un círculo en el que los jóvenes comienzan admirando a alguien y queriendo ganarse el respeto de los demás. Ese respeto se gana demostrando que no se tiene miedo a nada. Un juego muy peligroso que lleva a una espiral de descontrol y violencia, especialmente cuando se trata de adolescentes.
Esa espiral fue la que llevó a Tomás a un centro de menores con apenas 16 años. Su mirada se llena de dolor y remordimientos al recordar los hechos que le llevaron a ese centro. Pero cuando llegó al centro aún no tenía estos sentimientos, muy al contrario, sólo pensaba en vengarse de aquellos que le habían denunciado ante la policía, ya que también eran mareros.
Respecto a la vida en el centro, afirma que había muchas peleas, ya que entonces todavía convivían en el mismo penal miembros de la MS y de la M18. Aún así, afirma que en la cárcel se vivía como querías vivir. "Si te quieres meter en problemas, te vas a meter en problemas. Si quieres estar tranquilo, puedes, aunque siempre tienes que andar con cuidado", describe.
Tomás sostiene que, desde la filosofía de la pandilla, la cárcel es como una graduación. "Te gradúas adentro. Cuando sales ya puedes mirar a la gente de otra forma y te ganaste el respeto".
OLOR A MADERA
El gran golpe de suerte de Tomás fue que cuando tenía cumplida parte de la pena, un programa de jueces de Unicef decidió internarlo en un centro de reinserción. Al principio, lo único que le hacía querer quedarse allí era la posibilidad de estar más cerca de la calle. Poco a poco, su actitud fue cambiando y fue adoptando hábitos de trabajo y estudio. "Antes casi no había trabajado", confiesa. Pero lo más importante es que aprendió a disfrutarlo.
"Descubrí que me gustaba el olor a madera, me gustó la carpintería y, de repente, te sientes orgulloso al ver lo que has hecho", revela. De este centro salió decidido a formar su propia empresa.
Pero este poco común final feliz queda empañado por una amenaza permanente y una continua situación de alerta. ¿Por qué? "Hay mucho resentimiento de lo que hiciste o de tus mismos compañeros porque ellos están presos y quieren verte cogido a ti también", responde.
No obstante, Tomás no abandona su actitud optimista. Señala que también hay muchos ex pandilleros que están muy bien, que están trabajando y han cambiado. Su opinión sobre la posibilidad de reinserción: "Es posible la rehabilitación, pero no en las cárceles. Es necesario brindar más oportunidades para los jóvenes porque si ellos están bien, todos lo estaremos".